Estoy situado en cualquier lugar, en cualquier parte de la búsqueda. Estoy solo y tengo frío. Mis pies cansados han sentido los días duros, y el agraz con que se ha mostrado el camino hace que me vuelva a aprestar. En verdad he tenido momentos donde la confusión se ha querido convertir en la predadora de mis sueños, el olvido se ha querido adueñar de las horas y la esperanza. La pena parece dejarme desnudo frente a las puertas de la tristeza.
Intento llegar a alguna parte, mi mente intenta recordar, pero sólo aparecen fantasmas y escondites, refugios que ya no existen, pliegues de la memoria donde el miedo parece habitar.
Entonces llega el momento de las preguntas, pregunto quién realmente soy, dónde me están llevando mis pasos, pregunto por el sentido del existir, también pregunto si realmente se puede existir. Grito con todas mis fuerzas, pero sólo escucho el silbido del silencio, sólo la nada más cómplice de todas.
Me siento en cualquier lugar, en cualquier lugar de la tristeza. Enciendo una pequeña fogata para quitarme un poco el frío. De pronto, sin previo aviso, mi boca comienza a hablar con voluntad propia: sólo habla sin importar que nadie responda, ella renuncia a la expectativa de que alguien responda. Habla sin descansar, habla hasta que se ha ido el miedo y la vergüenza por completo; habla al viento y a nuestros pies, al frío y al dolor, habla a todo. Siento algo de locura, pero a estas alturas ya nada importa, a estas alturas ha dejado de importar todo. Sólo ha quedado la nada.
Entonces mis ojos toman la voluntad y ellos me dirigen al fuego, siguen sus movimientos con detención hasta sentirse dentro de él; mis oídos se hacen otros y escuchan constantes crujidos, hasta que la voluntad pasa hacia el corazón y entonces logro sentir su calor y bravura, entonces logro sentir su voluntad. Ahora me levanto nuevamente, y con sentidos nuevos miro a esta nada que nos desafía y le respondo:
La voluntad del fuego es irrefrenable, cuando vislumbra su propósito (que es igual al continuo sobre la línea de la intensidad), él se hace uno con los elementos, se confabula con el viento y con cada instante de nuestro presente hasta alcanzarnos, estemos donde estemos. Por más que nos refugiemos en el pliegue de nuestros miedos, la voluntad nos alcanza y nos revela; nos toma para llevarnos, para cruzar fronteras. Nos toma y nos deja para que nosotros mismos decidamos si el viaje es sueño o realidad.
Intento llegar a alguna parte, mi mente intenta recordar, pero sólo aparecen fantasmas y escondites, refugios que ya no existen, pliegues de la memoria donde el miedo parece habitar.
Entonces llega el momento de las preguntas, pregunto quién realmente soy, dónde me están llevando mis pasos, pregunto por el sentido del existir, también pregunto si realmente se puede existir. Grito con todas mis fuerzas, pero sólo escucho el silbido del silencio, sólo la nada más cómplice de todas.