domingo, 30 de diciembre de 2007

Naturaleza de las heridas y cicatrices


La experiencia de la sabia que aparece en algunas ramas del árbol bajo la forma de heridas y cicatrices, revela implacablemente que hay alguien más practicando la búsqueda y la partida, alguien más rasgando la pared y extiendiéndose desde lo profundo de su voluntad para hallar las cuentas de su tejido abismal; eso es el estirarse y concebir el propósito latiendo en cualquier acción del cuerpo.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Ilusión del tiempo


No hay truco detrás de la ilusión, el único truco es la posibilidad de toda posibilidad, es concebir la desaparición del mecanismo que hace del tiempo un regidor de las percepciones, concebir al tiempo como un cuerpo sin atributo alguno, al igual que tu propio cuerpo, vasija de luz.

Detener al tiempo, quebrar el mito de la limitación, valerse de la imaginación para hermanarse del ahora, que al momento de vestirse de claridad, emana los edificios que tu voluntad es capaz de construir.


domingo, 9 de diciembre de 2007

Palabras e ilusiones


En lo abstracto, las palabras pueden no ser nada y también lo serlo todo, nada y todo en un mismo y ningún lugar, células flotando en un espacio negro que tienen el don de proyectarse infinitamente como líneas interminables, así como también el de transformarse en interminables celdas sin salida, ni sentido, ni camino; son partículas nadando en un mar oscuro sin peso ni volumen, recipientes sin expectativas que al ser llenados toman color y forma, algún sabor y dimensión.

Desde la forma en que hemos sido domesticados, socializados, culturizados o cualquier hado, las palabras nos han sido entregadas dentro de un paquete, inmersas dentro de un inventario que con anterioridad ha asignado valores y cargas a cada una de ellas; las palabras y sus respectivos significantes y significados pareciesen estar pegadas a nosotros como parte de la piel, como parte de un mecanismo que vigila nuestras experiencias y nuestra forma de entender la vida. Así las conocimos en este mundo, finitas y estructuradas, ligadas a deberes y obligaciones extrañas sin cuerpo ni conciencia, un laberinto sin salida que hace más grande la escisión entre la una y la otra realidad. Así se nos fueron entregadas en esclavitud, y así muchos de nosotros las conocemos aún y nos debatimos rompiéndonos una y otra vez, intentando sacarlas una por una de su letargo, o tal vez todas de una vez para encontrar un verdadero significado, un camino hacia ninguna parte que tenga puesto un corazón impersonal. Asimismo nos vemos aquí, discutiendo para desnudarnos de pieles antiguas, limpiar vínculos olvidados o simplemente descubrir señales que nos indiquen nuevos derroteros donde llevar nuestras soledades y anhelos.

Fuimos arrojados al mundo en un doblez de palabras sordas y robotizadas, de vidas muertas que creen con frecuencia en la inevitabilidad de la condición en la que vivimos. Mientras dormimos creemos que ser sordos y ciegos es normal, lo que debe ser. Vivimos como fantasmas y por esto aceptamos este inventario sin cuestionamientos ni quejas, no leemos cláusulas ni letras pequeñas en el contrato, alguien parece ya haber firmado por nosotros; aún no sabemos lo que aún estamos aceptando, por eso usamos las palabras por usarlas porque creemos que así se debe hacer, así debieran entenderse. No queremos saber de nada más, creemos lo que queremos creer, aunque estas creencias no hagan más que encadenarnos a nuestra propia imagen.

Muchas veces nos creemos dueños de lo que decimos y lo que callamos, lo creemos porque el inventario ha impuesto un extraño instinto de propiedad, por esto que con frecuencia nos sentimos molestos cuando alguien no está de acuerdo con lo que estamos sintiendo, creemos a los demás egoístas e intolerantes. Pero si nos sumergimos en un posible sentido del enojo, tal vez podríamos descubrir que el instinto de propiedad es sólo información del inventario, información de una mente foránea que se instala para encubrir una verdad ¿Por qué deberíamos molestarnos si nuestro sentir es tan real como decimos que es? ¿Por qué debiésemos necesitar de las reafirmaciones para confirmar la veracidad de lo que sentimos? Entonces callamos, respiramos en silencio y caemos en otra posibilidad, al parecer, algo se nos esconde. Caemos y nos preguntamos:

¿Quién es en verdad quien está sintiendo?
-yo.
¿Quién es yo?
-mi pensamiento, mis sentimientos.
¿Quién es mí? ¿Será acaso la propiedad?
- No se de lo que hablas.
¿De dónde nacen tus pensamientos?
-Obvio, de mí.
¿Quién es mí?
-Yo. Se siente extraño lo que dices.
¿Quién se siente así?
-Yo me siento así
¿Quién es yo, quién es mi, quien es me… cuantas
personas distintas hay?
-…

La verdad es que no somos dueños de nada, nunca lo hemos sido, y cada vez que seguimos el juego de la propiedad, insuflamos la creencia del condicionamiento, seguimos hundiéndonos en el doblez que nos ofrece una vida sentada en un sillón, que nos pone en la mano la “ley del inventario” que justifica y tiene una respuesta preconcebida para cada cosa que nos sucede. Y así continúa el andar de las proyecciones fantasmagóricas que viven su semi-vida alimentando la creencia de que merecemos respeto y somos dignos de compasión. Nada, esta es la instancia perfecta que aprovecha el volador para enterrar su bombilla succionadora y dar fortaleza a la prisión a través de nuestra propia entrega. Así, el olvido carcome segundo a segundo el propósito original que vive en la parte de nosotros que es capaz de la proeza, del descubrir el porqué fue invocada la palabra original, así el olvido nos hace creer que estamos lidiando pero sólo continuamos sentados pensando en cómo despertar.

Creo que las palabras se convierten en caminos y manifestaciones libres cuando tienen el propósito de liberarse a si mismas de la ilusión de la propiedad, cuando dejan de ser yo para convertirse en nosotros, cuando renuncian desprendidas al “me” y el “mi” para ser otras consecuencias, nuevas partículas que flotan sin pertenencia alguna en la oscuridad de la conciencia. Las palabras son otras cuando laten desde dentro y cantan constantes despedidas del mundo; son caminos cuando la acción gesticuladora toma su propia velocidad y detiene al mundo para darle los tonos y matices que pasan como semillas por el cedazo de una predilección; las palabras son caminos cuando dejan de lado la impresión congeladora y mecánica que se huele en el inventario. A los ojos del guerrero la belleza de la palabra no es valor en si mismo, no es la impresión que se copia en la memoria condicionada, la belleza asemeja más al movimiento, al latido y a la vida que desnata su lenguaje para revelar los respiros que ahora miran eternas líneas de infinitud. La palabra no es mágica porque alguien nos ha dicho que lo es, sino que es porque simplemente es, como lo puede ser una incansable búsqueda de transformar cada letra en una llave que abra los mandalas de la realidad.

Si miramos el mundo de los objetos sin propósito alguno, este nunca pasará de ser un mirar carente de sentido, masa que continúa amoldándose a los valores que el mismo inventario invita a seguir, que continúa alimentando los vacíos con los conocidos disfraces que tiene la autocompasión. Quizás, desde un otro ver, el desasosiego y el malestar dejen de propósitos en sí mismo para transformarse en regalos de poder ofrecidos al guerrero para renunciar a la finitud de la palabra y darle un golpe que lo empuje a barrer con su inventario y descubrir por si mismo un propósito que lo lleve a viajar por la vastedad.

Si caemos en la tolerancia autocompasiva nos dormimos todos, y ahora, sólo tenemos tiempo para la libertad.