domingo, 28 de octubre de 2007

El juego del inquisidor


Inquirir sobre los caminos por los cuales aún no andamos es firmar un pacto con lo inexistente, es querer abrazarse a retratos inertes por temor a que el tiempo viaje de costado, es jugar al movedor de las piezas invisibles y al conocedor del inventario fantasma. Es juzgarnos como enterradores de cruces y promotores de guillotinas de plástico que cortan milagrosamente las emociones que dan paso a los comerciales de la televisión. Es ser el esclavo que juega a ser el Mesías que promete una cárcel más cómoda donde morir. No sabemos lo que sabemos, tampoco lo que decimos. Tal vez por eso se convenga por realidad en el mundo el invento de la mente foránea: el pretender ser, pretender ser ese quien establece los rangos de vida y veracidad para todo lo que nos rodea, quien dicta cuándo sentirnos de una forma u otra, quien nos hace creernos triunfantes cada vez que eludimos el desafío de la pared en nuestro camino. La pared nunca desaparece al evadirla, porque está ahí por un propósito; es por eso que cada vez que creemos hacerlo, sólo estamos agregando una capa más de falsa realidad a nuestra existencia. Sólo nos ahogamos en nuestro miedo cada vez que aceptamos crear ilusiones por sobre las ilusiones para vivir en ellas a cambio de condicionada tranquilidad, sólo los engañamos cuando no aceptamos la responsabilidad de hacernos cargo de nuestras propias acciones, sólo nos convertimos cada vez más en la marioneta que regala sus hilos y continúa aceptando en secreto su trato con el inquisidor.

Creemos sólo lo que queremos creer, y cada vez que nos enfrentamos a una decisión, creemos que estamos eligiendo en libertad, pero en realidad quien elige no somos nosotros, sino el condicionamiento que aún decidimos aceptar. Pretender ser es en verdad el acto de encadenarnos, de atarnos unos a otros el cuerpo para no dejar escapar nada que esté fuera, nada que esté dentro. Pretender ser es convertirnos en los mercenarios del olvido que simulan barrer las hojas que aún no han caído y cortar el pasto que jamás se ha sembrado. Las hojas están esparcidas, pero no en ese lugar; el pasto esta crecido pero no en ese lugar. Por eso el andar de planeta en planeta.

Encontrar nuestra totalidad es nadar bajo un manto oscuro susurrándonos unos a otros que la misión de nada es convertirse en el escapista de la eterna ilusión de la realidad. Dejar de pretender y de pretendernos, encontrarnos en el vacío
para sólo darnos cuenta de que el nudo que supuestamente nos amarraba es sólo parte del movimiento infinito, del pulso gemelo del universo. Doblar una esquina y encontrarnos con la duda es sólo parte del andar; cruzar por una avenida y encontrarnos cada vez más solos es andar. Ser derrotados una y otra vez por un propósito es también desatar al cuerpo.

Lo desconocido permanece desconocido sólo mientras se acepte el trato con el inquisidor, mientras se acepte el pago y el ofrecimiento de quien se posa sobre el me, mi, ti, te, mío, mía, tuya, tuyo, y sobre todo quien se apodera de las transformaciones para esconderlas en un rincón, sobre todo quien se apropia una metáfora haciendo creer que es obra de la imagen de si.

1 comentario:

Gloria dijo...

Tratar de controlar el misterio nos enjaula, pretendernos libres, formar identidades, sin entrega a cualquier posibilidad: ilusion, bienvenida la duda y bienvenido el vacio, un beso.